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militar y el modo como él mismo había sido educado, resultaba el joven
mejor dispuesto para apreciar con más propiedad los deberes morales
propios de su edad de lo que era corriente en aquellos tiempos.
Reflexionó en su entrevista con su tío con un sentimiento de
perplejidad y desengaño. Sus esperanzas habían sido muchas, pues aunque
no cruzaba cartas con su tío, un peregrino, o un traficante aventurero, o
un soldado tullido traían de vez en cuando referencias de Lesly a Glen-
Houlakin, y todas se mostraban conformes en alabar su indomable valor y
sus triunfos en muchas empresas que su amo le había confiado. La
imaginación de Quintín se había representado el cuadro a su modo y
equiparado a su afortunado y venturoso tío (cuyas hazañas no resultarían
probablemente rebajadas en el relato) a alguno de los campeones y
caballeros andantes que cantan los trovadores y que ganan coronas o hijas
de reyes con la ayuda de la espada y de la lanza. Se veía ahora obligado
a clasificar a su pariente en nivel inferior en la escala de los
caballeros; pero ofuscado por el respeto debido a los padres y a los que
se les aproximan en parentesco -inclinado a su favor por tempranos
prejuicios-, sin experiencia además, y apasionado por la memoria de su
madre, no vió en el único hermano de esta persona tan querida cuál era su
verdadero carácter, que no era otro que el de un común soldado
mercenario, ni peor ni mejor que muchos de análoga profesión cuya
presencia contribuía al estado revuelto de Francia.
Sin ser sanguinariamente cruel, era indiferente Le Balafré, por
costumbre, a la vida humana y a los sufrimientos de los mortales; era
profundamente ignorante, ansioso de botín, poco escrupuloso en cuanto a
los medios de adquirirlos, y liberal para gastarlo en la satisfacción de
sus pasiones. El hábito de atender exclusivamente a sus propias
necesidades o intereses le había convertido en uno de los animales más
egoístas del mundo, de modo que apenas era capaz, como el lector habrá
observado, de meterse a fondo en ningún asunto sin pensar lo que ganaría
en él. A esto debe agregarse que el círculo limitado de sus deberes y sus
placeres habían gradualmente reducido sus pensamientos, esperanzas y
deseos, y apagado en cierto modo su espíritu independiente en busca de
honores y su deseo de distinguirse en hechos de armas, que en otros
tiempos animaban su juventud. Balafré era, en una palabra, un soldado
activo, endurecido, egoísta y de poca inteligencia; atrevido y dispuesto
para el cumplimiento de su deber, aunque conociendo pocos asuntos aparte
de éste, excepto el cumplimiento formal de una devoción sencilla,
aliviada con alguna francachela ocasional con el hermano Bonifacio, su
camarada y confesor. Si su talento hubiese sido de carácter más general
probablemente hubiera sido promovido a algún cargo importante, pues el
rey, que conocía personalmente a cada soldado de su guardia, tenía mucha
confianza en el valor y fidelidad de Balafré; y además el escocés tenía
la bastante sabiduría o astucia para comprender perfectamente las
peculiaridades de ese soberano. Con todo, su capacidad era demasiado
limitada para admitir su ascenso a categoría superior, y aunque alabado y
favorecido por Luis en muchas ocasiones, Balafré continuó siendo un mero
guardián de vida o arquero escocés.
Sin alcanzar a comprender el verdadero carácter de su tío, Quintín
se sorprendió de su indiferencia por el aniquilamiento catastrófico de
toda la familia de su cuñado, y no pudo dejar de sorprenderse de que un
pariente tan cercano no le ofreciese el auxilio de su dinero, pues, a no
haber sido por la generosidad de maese Pedro, se hubiera visto en la
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necesidad de pedírselo descaradamente. Hizo a su tío la injusticia de
suponer que esta falta de atención a sus necesidades probables era debida
a la avaricia. Como en aquel momento no le precisaba dinero a Balafré, no
se le ocurrió que su sobrino pudiese necesitarlo; por otra parte,
consideraba a un pariente cercano como una cosa tan suya, que hubiera
hecho lo posible por la felicidad de su sobrino vivo como había tratado
de hacer con la hermana difunta y su marido. Pero por el motivo que fuese
el descuido era muy desagradable para el joven Durward, y más de una vez
echó de menos no haber entrado al servicio del duque de Borgoña antes de
pelearse con su guardabosque. «Como quiera que me hubiese ido -pensó para
sí-, siempre me hubiera podido consolar con la reflexión de que en el
caso de salirme mal las cosas tenía un amigo de verdad en la persona de [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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