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o como el Catecismo dice: con los mismos cuerpos y almas que tuvieron. Apunto tal, que es doctrina católica
ortodoxa la que la dicha de los bienaventurados no es del todo perfecta hasta que recobran sus cuerpos.
Quéjanse en el cielo, y «aquel quejido les nace -dice nuestro fray Pedro Malón de Chaide, de la Orden de San
Agustín, español y vasco- de que no están enterrados en el cielo, pues sólo está allá el alma, y aunque no
pueden tener pena porque ven a Dios, en quien inefablemente se gozan, con todo eso parece que no están del
todo contentos. Estarlo han cuando se vistieren de sus propios cuerpos».
Y a este dogma central de la resurrección en Cristo y por Cristo, corresponde un sacramento central
también, el eje de la piedad popular católica, y es el sacramento de la Eucaristía. En él se administra el cuerpo
de Cristo, que es pan de inmortalidad.
Es el sacramento genuinamente realista, dinglich, que se diría en alemán, y que no es gran violencia
traducir material, el sacramento más genuinamente ex opere operato, sustituido entre los protestantes con el
sacramento idealista de la palabra. Trátase, en el fondo, y lo digo con todo el posible respeto, pero sin querer
sacrificar la expresividad de la frase, de comerse y beberse a Dios, el Eternizador, de alimentarse de Él. ¿Qué
mucho, pues, que nos diga santa Teresa que cuando estando en la Encarnación el segundo año que tenía el
priorato, octava de san Martín, comulgando, partió la Forma el padre fray Juan de la Cruz para otra hermana,
pensó que no era falta de forma, sino que le quería mortificar, «porque yo le había dicho que gustaba mucho
cuando eran grandes las formas, no porque no entendía no importaba para dejar de estar entero el Señor,
aunque fuese muy pequeño el pedacito»? Aquí la razón va por un lado, el sentimiento por otro. ¿Y qué
importan para este sentimiento las mil y una dificultades que surgen de reflexionar racionalmente en el
misterio de ese sacramento? ¿Qué es un cuerpo divino? El cuerpo, en cuanto cuerpo de Cristo, ¿era divino?
¿Qué es un cuerpo inmortal e inmortalizador? ¿Qué es una sustancia separada de los accidentes? ¿Qué es la
sustancia del cuerpo? Hoy hemos afinado mucho en esto de la materialidad y sustancialidad; pero hasta Padres
de la Iglesia hay para los cuales la inmaterialidad de Dios mismo no era una cosa tan definida y clara como
para nosotros. Y este sacramento de la Eucaristía es el inmortalizador por excelencia y el eje, por lo tanto, de
la piedad popular católica. Y si cabe decirlo, el más específicamente religioso.
Porque lo específico religioso católico es la inmortalización y no la justificación al modo protestante. Esto
es más bien ético. Y es en Kant, en quien el protestantismo, mal que pese a los ortodoxos de él, sacó sus
penúltimas consecuencias: la religión depende de la moral, y no esta de aquella como en el catolicismo.
No ha sido la preocupación del pecado nunca tan angustiosa entre los católicos, o por lo menos, con tanta
aparencialidad de angustia. El sacramento de la confesión ayuda a ello. Y tal vez es que persiste aquí más que
entre ellos el fondo de la concepción primitiva judaica y pagana del pecado como de algo material e infeccioso
y hereditario, que se cura con el bautismo y la absolución. En Adán pecó toda su descendencia, casi
materialmente, y se transmitió su pecado como una enfermedad material se transmite. Tenía, pues, razón
Renán, cuya educación era católica, al resolverse contra el protestante Amiel, que le acusó de no dar la debida
importancia al pecado. Y, en cambio, el protestantismo, absorto en eso de la justificación, tomada en un
sentido más ético que otra cosa, aunque con apariencias religiosas, acaba por neutralizar y casi borrar lo
escatológico, abandona la simbólica nicena, cae en la anarquía confesional, en puro individualismo religioso y
en vaga religiosidad estética, ética o cultural. La que podríamos llamar allendidad, Einseitigkeit, se borra
poco a poco detrás de la aquendidad, Dieseitigkeit. Y esto, a pesar del mismo Kant, que quiso salvarla, pero
arruinándola. La vocación terrenal y la confianza pasiva en Dios dan su ramplonería religiosa al luteranismo,
que estuvo a punto de naufragar en la edad de la Ilustración, de la Aufklürung, y que apenas si el pietismo,
imbuyéndole alguna savia religiosa católica, logró galvanizar un poco. Y así resulta muy exacto lo que
Oliveira Martins decía en su espléndida História da civilização iberica, libro 4.°, capítulo III; y es que «el
catolicismo dio héroes y el protestantismo sociedades sensatas, felices, ricas, libres, en lo que respecta a las
instituciones y a la economía externa, pero incapaces de ninguna acción grandiosa, porque la religión
comenzaba por despedazar en el corazón del hombre aquello que le hace susceptible de las audacias y de los
nobles sacrificios». Coged una Dogmática cualquiera de las producidas por la última disolución protestante, la
del nietzschiano Kaftan, por ejemplo, y ved a lo que allí queda reducida la escatología. Y su maestro mismo,
Albrecht Ritschl, nos dice: «El problema de la necesidad de la justificación o remisión de los pecados sólo
puede derivarse del concepto de la vida eterna como directa relación de fin de aquella acción divina. Pero si se
ha de aplicar ese concepto no más que al estado de la vida de ultratumba, queda su contenido fuera de toda
experiencia, y no puede fundar conocimiento alguno que tenga carácter científico. No son, por lo tanto, más
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