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mente en l. Porque el desierto es una prueba para todos los hombres;
cada paso es una prueba, y mata a quien se distrae.
Sus palabras le recordaban a las palabras del viejo rey.
-Si llegan los guerreros, y tu cabeza an est sobre los hombros
despus de la puesta de sol, bscame -dijo el extrao.
La misma mano que haba empuado la espada empuó un ltigo.
El caballo se empinó nuevamente levantando una nube de polvo.
-Dónde vives? -gritó el chico mientras el caballero se alejaba.
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La mano con el ltigo sealó hacia el sur.
El muchacho haba encontrado al Alquimista.
A la maana siguiente haba dos mil hombres armados entre las
palmeras de al-Fayum. Antes de que el sol llegase a lo alto del cielo,
quinientos guerreros aparecieron en el horizonte. Los jinetes entraron
en el oasis por la parte norte; pareca una expedición de paz, pero
llevaban armas escondidas en sus mantos blancos. Cuando llegaron
cerca de la gran tienda que quedaba en el centro de al-Fayum, sacaron
las cimitarras y las espingardas. Pero lo nico que atacaron fue una
tienda vaca.
Los hombres del oasis cercaron a los jinetes del desierto. A la media
hora haba cuatrocientos noventa y nueve cuerpos esparcidos por el
suelo. Los nios estaban en el otro extremo del bosque de palmeras, y
no vieron nada. Las mujeres rezaban por sus maridos en las tiendas, y
tampoco vieron nada. Si no hubiera sido por los cuerpos esparcidos,
el oasis habra parecido vivir un da normal.
Sólo le perdonaron la vida a un guerrero: el comandante del
batallón. Por la tarde fue conducido ante los jefes tribales, que le
preguntaron por qu haba roto la Tradición. El comandante
respondió que sus hombres tenan hambre y sed, estaban exhaustos
por tantos das de batalla, y haban decidido tomar un oasis para poder
recomenzar la lucha.
El jefe tribal dijo que lo senta por los guerreros, pero la Tradición
jams puede quebrantarse. La nica cosa que cambia en el desierto son
las dunas cuando sopla el viento.
Despus condenó al comandante a una muerte sin honor. En vez
de morir por el acero o por una bala de fusil, fue ahorcado desde una
palmera tambin muerta, y su cuerpo se balanceó con el viento del
desierto.
El jefe tribal llamó al extranjero y le dio cincuenta monedas de oro.
Despus volvió a recordar la historia de Jos en Egipto y le pidió que
fuese el Consejero del Oasis.
Cuando el sol se hubo puesto por completo y las primeras estrellas
comenzaron a aparecer (no brillaban mucho, porque an haba luna
llena), el muchacho se dirigió caminando hacia el sur. Solamente
haba una tienda, y algunos rabes que pasaban por all decan que el
lugar estaba lleno de djins. Pero el muchacho se sentó y esperó durante
mucho tiempo.
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El Alquimista apareció cuando la luna ya estaba alta en el cielo.
Traa dos gavilanes muertos en el hombro.
-Aqu estoy -dijo el muchacho.
-Pero no es aqu donde deberas estar -respondió el Alquimista-. O
tu Leyenda Personal era llegar hasta aqu?
-Hay guerra entre los clanes. No se puede cruzar el desierto.
El Alquimista bajó del caballo e hizo una seal al muchacho para
que entrase con l en la tienda. Era una tienda igual que todas las otras
que haba conocido en el oasis -exceptuando la gran tienda central,
que tena el lujo de los cuentos de hadas-. El chico buscó con la
mirada los aparatos y hornos de alquimia, pero no encontró nada: sólo
unos pocos libros apilados, un fogón para cocinar y las alfombras
llenas de dibujos misteriosos.
-Sintate, que preparar un t -dijo el Alquimista. Y nos comeremos
juntos estos gavilanes.
El muchacho sospechó que eran los mismos pjaros que haba visto
el da anterior, pero no dijo nada. El Alquimista encendió el fuego y al
poco tiempo un delicioso olor a carne llenaba la tienda. Era mejor que
el perfume de los narguiles.
-Por qu quiere verme? -preguntó el chico.
-Por las seales -repuso el Alquimista-. El viento me contó que
vendras y que necesitaras ayuda.
-No soy yo. Es el otro extranjero, el Ingls. l es quien lo estaba
buscando.
-l debe encontrar otras cosas antes de encontrarme a m. Pero est
en el camino adecuado: ya ha empezado a contemplar el desierto.
-Y yo?
-Cuando se quiere algo, todo el Universo conspira para que esa
persona consiga realizar su sueo -dijo el Alquimista repitiendo las
palabras del viejo rey. El muchacho lo comprendió: otro hombre
estaba en su camino para conducirlo hacia su Leyenda Personal.
-Entonces, usted me ensear?
-No. T ya sabes todo lo que necesitas. Sólo te voy a ayudar a que
puedas seguir en dirección a tu tesoro.
-Pero hay una guerra entre los clanes -repitió el muchacho.
-Yo conozco el desierto.
-Ya encontr mi tesoro. Tengo un camello, el dinero de la tienda
de cristales y cincuenta monedas de oro. Puedo ser un hombre rico en
mi tierra.
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-Pero nada de esto est cerca de las Pirmides -dijo el Alquimista.
-Tengo a Ftima. Es un tesoro mayor que todo lo que consegu
juntar. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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